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lunes, 7 de mayo de 2018

Algo así como el desamor...


"Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh, Maga, y no estábamos contentos".


Rayuela: págs. 16 y 17 (Editorial Punto de Lectura, 2010). Julio Cortázar. 1963
Imagen: cuadro de Leonid Afremov


lunes, 19 de marzo de 2018

El hijo de un diplomático que acaba de llegar de Francia escupió en el dorso de una carta y me la pegó en la frente. Riendo a carcajadas me empujaron contra un espejo. Era un arcano del Tarot de Marsella: L'Hermíte, El Ermitaño. Vi en ella mi infame retrato: un ser sin territorio, solitario, transido de frío, con los pies llagados, marchando desde una eternidad en busca ¿de qué?... De algo, fuera lo que fuera, que le diera una identidad, un sitio en el mundo, un motivo por el cual seguir viviendo. «El anciano alza una lámpara. ¿Qué alza mi alma milenaria? (Ante la crueldad de mis compañeros sentí que mi peso era un dolor transportado durante siglos.) ¿Será esa lámpara mi consciencia? ¿Y si yo no fuera un cuerpo vacío, una masa sólo habitada por la angustia, sino una extraña luz que atraviesa el tiempo, a través de innumerables vehículos de carne, en busca de ese ente impensable que mis abuelos llamaban Dios? ¿Y si lo impensable fuera la belleza?»

Alejandro Jodorowsky en
La Vía del Tarot.


miércoles, 27 de septiembre de 2017

Qué tal, López

Un señor encuentra a un amigo y lo saluda, dándole la mano e inclinando un poco la cabeza.
Así es como cree que lo saluda, pero el saludo ya está inventado y este buen señor no hace más que calzar en el saludo.
Llueve. Un señor se refugia bajo una arcada. Casi nunca estos señores saben que acaban de resbalar por un tobogán prefabricado desde la primera lluvia y la primera arcada. Un húmedo tobogán de hojas, marchitas.
Y los gestos del amor, ese dulce museo, esa galería de figuras de humo. Consuélese tu vanidad: la mano de Antonio buscó lo que busca tu mano, y ni aquélla ni la tuya buscaban nada que ya no hubiera sido encontrado desde la eternidad. Pero las cosas invisibles necesitan encarnarse, las ideas caen a la tierra como palomas muertas.
Lo verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones igualmente cerca del estómago acompañan siempre la presencia de Prometeo; el resto es la comodidad, lo que siempre sale más o menos bien; los verbos activos contienen el repertorio completo.
Hamlet no duda: busca la solución auténtica y no las puertas de la casa o los caminos ya hechos, por más atajos y encrucijadas que propongan. Quiere la tangente que triza el misterio, la quinta hoja del trébol. Entre sí y no, qué infinita rosa de los vientos. Los príncipes de Dinamarca, esos halcones que eligen morirse de hambre antes de comer carne muerta.
Cuando los zapatos aprietan, buena señal. Algo cambia ahí, algo que nos muestra, que sordamente nos pone, nos plantea. Por eso los monstruos son tan populares y los diarios se extasían con los terneros bicéfalos. ¡Qué oportunidades, qué esbozo de un gran salto hacia lo otro!
Ahí viene López.
—¿Qué tal, López?
—¿Qué tal, che?
Y así es como creen que se saludan. 

Julio Cortázar. En Historias de Cronopios y de Famas (1962)

jueves, 7 de septiembre de 2017

Amor líquido

Radicando en un sistema de vida donde la incertidumbre se derrama sobre los vínculos humanos y provoca el divorcio de sus átomos al punto de volverlos frágiles, inconstantes, volátiles, inciertos, huidizos, imprecisos, innominables, desconfiados, sospechosos, inverosímiles; al decir de Zygmunt Bauman, basados en alguna "conexión que no debe estar bien anudada, para que sea posible desatarla rápidamente cuando las condiciones cambien".
Esta modalidad, acaba siendo prevaleciente y por esta razón, puedo registrarla como la logística de un sistema de vida cuyos movimientos incalculables sacuden los vínculos de la forma que lo hacen con las economías de los países. Y todo legitimado, con el agua bendita de la nueva era que propone prescindir de la regularidad y en cambio, desapegarse, fluir sin un fin, tan sólo concentrarse en el aquí y el ahora pero con la misma fachada que la religión tradicional, porque se destaca que la realidad es una ilusión y la forma de emanciparse es trascenderla, como antaño se pretendió llegar al mismo objetivo desatendiendo el interés sobre el cuerpo.
Entonces, sita en este sistema de relaciones líquidas, pienso que atreverse a cultivar (derivando todas las implicancias que tiene este concepto en agricultura) el amor como tarea constante y voluntariosa en sus diversas manifestaciones, es un acto contracultural y hasta revolucionario.


domingo, 12 de febrero de 2017

A Jung siempre se vuelve

"Se me tenía por relativamente tonto y descuidado. En realidad, esto no me molestaba. Lo que me enojaba era que me creyesen un impostor y a causa de ello se me eliminase moralmente.
Mi tristeza y mi cólera amenazaban con ser inacabables, pero nuevamente sucedió algo que antes ya había observado varias veces: reinó repentinamente la calma como si un espacio ruidoso se cerrase con una puerta a prueba de ruidos. Era como si una fría curiosidad me invadiera con la cuestión: ¿Qué ha pasado aquí? ¡Estás verdaderamente irritado! El maestro es, naturalmente, un imbécil que no comprende tu modo de ser, es decir, comprende tan poco como tú mismo. Por ello desconfía, como tú mismo. Tú desconfías de ti mismo y de los demás y te tienes por ello por el Simple, el Ingenuo y el Comprensible. Se cae en el nerviosismo cuando no se comprende".


[...]

"Con el reino de las plantas se inició la presencia de lo terrenal del mundo de Dios como un tipo de comunicación inmediata. Era como si se hubiera contemplado al creador, quien se imaginaba inobservado, por encima de los hombros cuando elaboraba juguetes o piezas decorativas. Frente a este reino, el hombre y los animales «típicos» eran partes de Dios que se habían hecho independientes. Por ello podían vagar libremente y elegir su lugar de vivienda. El mundo de las plantas, por el contrario, se encontraba sujeto para siempre a su lugar de origen. Tal mundo no sólo expresaba la belleza del mundo de Dios, sino también los pensamientos, sin ninguna intención o divergencia. Los árboles resultaban especialmente misteriosos y me parecían representar el sentido incomprensible de la vida de un modo inmediato. Por ello el bosque era el lugar donde se sentía más de cerca el significado más profundo y la actividad más horrible".


[...]

"¿Cómo podían su mujer y sus hijos soportar que el marido y padre fuera un santo, cuando precisamente ciertas faltas y defectos hacían que mi padre fuese especialmente digno de ser amado por mí? Yo pensaba: ¿cómo es posible convivir con un santo? Evidentemente esto a él tampoco le fue posible y por ello tuvo que hacerse ermitaño".

Recuerdos, Sueños y Pensamientos (1963)

domingo, 24 de julio de 2016

Así estamos, querida tocaya



Mujeres que corren con los lobos
Clarissa Pinkola Estés

jueves, 10 de diciembre de 2015

Definitivamente...

estoy convencida de que la palabra favorita de H.P. Lovecraft era ominoso.

martes, 24 de febrero de 2015

Mundo interior, mundo exterior (A. Hofmann)

     Albert Hofmann se hizo notablemente conocido y admirado, con fundamento, por habernos dado a la luz a la LSD (dietilamida de ácido lisérgico), por haber sido el autor del más célebre paseo en bicicleta cuando viajaba entre los efectos de dicha sustancia, y además creo que se merece nuestros más profundos respetos por haber llegado tan lúcido a su ancianidad. También en el campo de la química ha realizado otras importantes contribuciones. Por otro lado, le debemos su aporte decisivo a la resolución de los Misterios de Eleusis (Grecia), donde se celebraban experiencias extáticas como consagración a los ciclos de la naturaleza y el empuje hacia los estados ampliados de consciencia conseguidos allí era ni más ni menos que el cornezuelo de centeno, precursor de la LSD y base de la pócima kykeon. Sin embargo, poco suele comentarse sobre su cosmovisión, la cual fue forjándose desde su temprana infancia y se plasma en una serie de ensayos compilados bajo el nombre Mundo interior, mundo exterior. Nos inicia a la lectura un brillante prólogo de Josep María Fericgla (un viejo conocido en el ámbito de las sustancias psicoactivas), quien nos da una idea muy atinada sobre la importancia del paso por esta vida de Albert. En los textos predominan, expresados en un lenguaje tan sencillo como preciso, temas como la relación entre la mente y la materia, la configuración de la realidad explicada desde la didáctica metáfora "emisor-receptor", la amplitud de la consciencia y la reincorporación del ser humano a la naturaleza como condición para recobrar el sentido de la vida.



    El libro en su total extensión es de sobra interesante como recomendable. Aquí sólo voy a mencionar (curada de espanto de mis comentarios kilométricos) una idea que Albert reverbera, la cual encuentro afortunadamente con asiduidad en los autores que estoy frecuentando y que se me evoca en mis más modestas pero no menos asombrosas observaciones cotidianas. Consiste en que la creación misma, el funcionamiento de la vida* constituye una prueba tangible de la existencia de un plan en diversas configuraciones cuantas formas de vida existen y a partir de allí puede rastrearse una inteligencia que nos precede y nos sucederá a todas las criaturas, a la cual podría llamársela divina, y con ella, una realidad espiritual trascendente a la religiones ortodoxas y dogmáticas que ha fabricado la humanidad. Esta realidad nos vincula a todos los seres como integrantes de la naturaleza en una causa común que nos confiere un lugar en el mundo, puente para una mayor confianza en nosotros mismos que despeje finalmente la incógnita del egoísmo. Cabe destacar que en la emergencia de la realidad Albert nos sitúa como co-creadores. No obstante, no reniega de la ciencia, por el contrario él aclara que su actividad en la química lo acercó a estas inquietudes. Entonces nos muestra a lo largo de sus textos cómo las disciplinas científicas y la espiritualidad en realidad se complementan, siendo ambas necesarias para la experiencia del conocimiento y la vida del ser humano, porque es del modo en que las practicamos donde está el quid de la cuestión.
    Sin más, les doy cita con el libro, cuyo enlace para descargarlo ofrece gentilmente el sitio Contracultura.

*Nota al callo del pie: desde los mecanismos que subyacen al ADN hasta el proceso de fotosíntesis mismo, ni qué hablar de la complejidad del trabajo que desempeña nuestro sistema inmunológico o nuestro organismo por entero cuando se asocia con la voluntad y es capaz de poner en ejecución una idea previamente concebida... si mis conocimientos fueran más amplios, seguramente podría citar más ejemplos.

viernes, 30 de enero de 2015

Cuento online... para la foto

     Recomiendo el cuento Una sesión de tomas de Ana María Shúa. Tiene momentos hilarantes y además les embate un súbito sacudón a nuestros prejuicios. En esta página es posible leerlo completo. A decir verdad, está para la foto.
     

lunes, 12 de mayo de 2014

Siempre estamos volviendo

"Cada uno de ustedes, interesado en la creatividad,
quiere entrar en contacto con aquello de sí mismo que es auténticamente propio".

    
    La navegación por la red es una tentación para dedos curiosos, por la potencia que tienen de encontrar un campo de búsquedas que matemáticamente hablando, tienden al infinito. Así, dadas ciertas páginas abiertas en el navegador, aunque uno se embista la cabeza contra la pared, cual judío contra el Muro de los Lamentos, le costará recordar cómo fue que llegó hasta allí.

    Pues bien, hace unos meses, di con el llamativo Zen en el arte de escribir, texto que consignaba su autoría a Ray Bradbury. Inconcebible para mí fue pasar por alto una sociedad Bradbury+Zen, pero como una anda como con pata de palo arrastrando tantas lecturas pendientes, lo guardé entre los pdf's y lo postergué hasta esta tarde... no pude cuando menos emitir un ¡¡¡FAAA!!! así de fastuoso porque resultó que ¡el mismo tenía apenas 7 páginas!

    En el momento en que escribo, descubro que en realidad se trata de un libro entero, el cual, por supuesto descargué enseguida, para leerlo... espero que pronto... Guau... otra vez no quería explayarme tan en detalle sino sólo compartir algunas sensaciones que me provocó la versión abreviada de este texto y haber terminado la reseña de Nacidos para correr pero se ve que estos dedos se traen otros objetivos entre manos. Al fin y al cabo, la escritura es lo único que siempre quise hacer, desde que en las clases de Literatura nos encomendaban escribir ensayos sobre las obras leídas. Siempre quise volver, gracias por recordármelo, Ray y Don Julio.   



[...] "no deberíamos desdeñar el trabajo ni desdeñar los cuarenta y cinco o cincuenta y dos cuentos escritos en nuestro primer año de fracasos. Fracasar es rendirse. Pero uno está en medio de un proceso móvil. Entonces no hay nada que fracase. Todo continúa. Se ha hecho el trabajo. Si está bien, uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. El único fracaso es detenerse. No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso; no trabajar daña al proceso creativo". 
Zen en el arte de escribir, Ray Bradbury.

domingo, 11 de mayo de 2014

Nacidos para correr


    Nunca más paradójico como inspirador: cual gato de Schrödinger, su lectura sencillamente, te produce ganas de soltar el libro para salir corriendo. De hecho, lo hizo con alguien que no ensayaba carreras ni siquiera cuando se le escapaba el autobús, y claro que lo daba por perdido.

    El punto de partida es la acuciante pregunta del propio autor Christopher McDougall: "¿por qué me duele el pie?", quien además de corresponsal, es un corredor estadounidense aficionado. En determinados momentos de su investigación, le aplicarán cortisol para las lesiones de su rodilla, le sugerirán "no estás hecho para correr", "tenés que bajar de peso", y le inyectarán más cortisol.

    Desplazados por los hombres blancos (ayer conquistadores y hoy narcotraficantes), forzados a mantener una vida resguardada y de necesidades incolmadas, los rarámuris no dejan de sonreír erguidos y sin tambalearse cuando corren con sus sandalias llamadas huaraches. Tienen un juego de pelota que practican desde pequeños cuyo objetivo no consiste en marcar puntos sino en correr hasta cansarse. La perseverancia de Chris por hallar una solución a sus constantes lesiones, lo conducirá hasta las cuevas de la Sierra Madre de México, donde habitan los rarámuris, que etimológicamente, y en los hechos, son la Gente Que Corre... pasando antes por Caballo Blanco, un compañero entrañable cuya identidad será revelada en el transcurso de la lectura y que se trae entre pies una meta extraordinaria, la cual para decepción de los ansiosos, no delataré en esta publicación. 

    Como una crónica novelada, este relato real es ágil (como pies de maratonista) y está repleta de historias de personas tan interesantes que parecen salidas de una ficción literaria. Recomiendo una (o cuantas quieran) atenta lectura a la aventura de un estudiante, quien pondrá a prueba a su emérito profesor hasta que lo persuadirá de que puede que esté equivocado y los seres humanos en realidad hayan evolucionado, no para caminar sino para correr. ¿Y qué tal si el hecho de correr es capaz de hacernos mejores personas? Ésta es la indagación de Eric, el entrenador de Chris... y sí, también podemos encontrar algunas técnicas, como el consejo de que no permitas que tus pies impacten con demasiada intensidad contra el suelo, porque es impresionante la fuerza de reacción ejercida contra tu cuerpo. Ahora, lo más atractivo es acercarse al movimiento de corredores que revolucionó la tradicional manera de correr: los Corredores Minimalistas. Ni más ni menos, en el libro tenemos a un fiel representante de la gente que corre ¡descalza! o portando un calzado muy liviano que diseñó (inspirado por las huaraches) nuestro Ted en respuesta a la despiadada conducta con que las principales marcas rigen su producción industrial de zapatillas.


    No me canso de halagar a este libro, que no ha dejado de sacarme de mi asombro y de mi ignorancia, como cuando me anotició sobre la existencia de las fabulosas ultramaratones: carreras que constan de ¡un recorrido de 161 km., donde en algún lugar se ha hecho de noche, la Luna puede estar contemplándote y vos... ni bolilla, porque estás corriendo para elevarte a una montaña o sobre otros terrenos dificultosos a temperaturas extremas. Para esto, consulten con el "asoleado" Scott Jurek, que les cuenta en el libro.

    Hablando de una mejor situación de este ultracampeón ultramaratonista, resulta muy interesante saber que sigue una alimentación vegana, esto quiere decir que conserva en buen estado su salud porque no come ningún tipo de carne; de hecho ha publicado un libro titulado Comer y Correr. Me simpatizó haber leído también sobre el apartado que dedica a los monjes budistas, vegetarianos y maratonistas, y lo adecuado, digestivo y saludable que resultaría reemplazar un desayuno habitual por ensaladas completas en nutrientes... al fin y al cabo nuestro autor sí tenía que reducir un poco su peso. Pero es sobre todo gracioso cuando el autor decidido a ofrendarle a su barriga una buena ensalada antes de salir a correr, comienza en su casa una minuciosa recolección de ingredientes a fin de prepararla... ni qué hablar de ese memorable momento en que corriendo por un paisaje natural propio de ensueño y próximo a su casa, comienza a despojarse de sus atuendos hasta que lo invade el recuerdo de su ancianita vecina y por respeto a ella, decide conservar su pantalón. No me olvido tampoco de la pareja de La Brujita Bonita y El Cabeza de Chorlito, no quiero olvidarme de nadie... ¡qué buen libro, carajo! ¡Qué linda gente! ¡Me debía esta entrada! Se reafirma mi admiración hacia estas personas...

    porque puede que como la profesora de Ciencias Ann Trason, con su estatura de 1.50 m., cierto día empieces a correr de camino al lugar de tu trabajo, y otro día decidas que también vas a correr de vuelta a casa, porque "¿qué puede ser más sensual que prestarle una atención exquisita a tu propio cuerpo"?. Entonces, con el tiempo, sumás tantos kilómetros que lográs ese estado zen que describe La Brujita Bonita en alguna parte del libro donde sólo tenés en mente el correr, cuánto lo disfrutás, y puedas decir con Caballo Blanco que sos libre para correr.

viernes, 18 de abril de 2014

Maneras de "arruinar" un libro...

     Podría decirse (y ya que estamos en un blog, también podría escribirse) que según la naturaleza del deterioro, quienes "arruinan" un libro pueden clasificarse en los siguientes grupos:

Nº1: aquellos cuyas conductas están dirigidas a joder indiscriminadamente a todo lector sucedáneo, y 

Nº2: aquellos que, sin saberlo, con su huella podrían favorecer indirectamente a alguien a futuro.

     De lo recién antedicho se desprende que no hay lector que estropee los libros teniendo en mente el bien común de la colectividad lectora. Ahora bien, entre los grupos de delincuentes que acabamos de mencionar, cabe hacer algunas distinciones de acuerdo al grado de desfachatez implicado en su comportamiento.

     Dentro del primer grupo, se encuentran los semejantes que... ¿cómo lo escribo sin ser descortés pero a la vez puntualizando el caso?... ahí está: debe ser la primera vez que agarran un libro, como dijo mi compa porque, como agrego, le producen tal apertura cual gimnasta que un día consigue abrirse de piernas y jamás recupera su anterior forma. Tampoco podemos omitir en esta selección a los conspicuos refutadores del señalador que rehúsan de las virtudes del mismo y doblan el extremo de la página para ayudarse a recordar dónde han detenido su lectura; funcionan de manera notable para este fin boletos de autobús que quedan a dormir en nuestros bolsillos de cada prenda de vestir, tickets de la verdulería que son capaces de refregarte en la cara cuántas veces aumentaron las cosas, y recortes de apuntes académicos que decidimos conservar cuando con carita ingenua-intelectual pensamos que íbamos a volver a consultarlos en la posteridad. Por último, hago un apartado para incluir en este primer grupo al ambicioso lector que se apropió de una hoja de uno de los dos ejemplares de Plan de Evasión que había en la Biblioteca Argentina... suerte que además de ladrón no era obsesivo y no se llevó la hoja del otro ejemplar. Nunca lo olvidaré. Como tampoco se me escurrirá del recuerdo la mañana en que tratando de "arreglar el mate" arruiné varias páginas de un libro de los realmente valiosos por su contenido (cuya reseña haré alumbrar próximamente no sin un dejo de lágrimas).

    
     Hecha una enumeración de apenas algunos incidentes que afectan a la comunidad lectora, pasemos a exponer a la segunda categoría de lectores, tal vez los más bonachones pero no los menos peligrosos, no sólo porque a veces se concedan ellos mismos el permiso para subrayar bibliografía que no les pertenece. Entre la fauna de esta especie, podemos encontrar algunos integrantes que gustan de subrayar palabras y/o frases o delimitarlas entre un corchete o llave. O incluso, hay quienes no consiguen remediar sus derrames de verborrea y se ven inducidos a desparramarla por páginas que ¡ya están escritas!, de modo que sus trazos terminan por ocupar las inmediaciones del texto que provocó sus reflexiones. Por supuesto, si bien las bibliotecas institucionales repudian la sobre-escritura en los libros de su posesión, la cuestión queda abierta y por lo tanto impune ante los numerosos casos que se registran de los empedernidos dobladores de páginas sobre los que comentamos en el párrafo anterior. Tampoco hemos realizado la pertinente investigación de cómo resuelven los bibliotecarios de anaqueles caseros un caso de esta envergadura, así que mejor nos desplazamos hasta abajo y dejando sangría llegamos a la conclusión.

     Creo que el primer párrafo ha dejado entrever cuando menos la desidia con la cual perpetran sus lecturas los individuos del primer grupo. Ahora bien, ante la falta de evidencia suficiente sobre el motivo del proceder del segundo grupo, una especulación que ha surgido es la que sostiene que actúan así porque, metafóricamente hablando, quieren dejar su huella en el libro, lo que en un lenguaje más científico significaría algo así como enfatizar el hecho de "yo estuve aquí". Sin embargo, en cuanto la adhesión a esta teoría hay divergencias absolutas, que distan desde quienes la refutan de forma militante hasta algunos a los cuales les importa "un comino y la mitad del otro" el tema que se está discutiendo aquí y prefieren creer que marcan los libros porque en una suerte de correspondencia cósmica su desvencijada memoria va a recordar lo que leyeron, que su concentración en la lectura va a ser mayor que su empeño en dibujar un prolijo subrayado, o que esas frases por añadidura prosperarán y descubrirán algo abracadabrante que publicarán en un libro que alguien más rellenará con su elocuente labia.  

     Después de todo, ¿podemos ser más compasivos con los lectores con demasiados aires de protagonistas? ¿O les damos una mejor idea y los instamos a que si tienen ganas de escribir, lo hagan componiendo su propio libro? Y con respecto a los malintencionados del primer grupo, ¿Luzbelito habrá encargado los ejemplares que publicó Marcelo Polino (menudo derroche de tinta y desperdicio de árboles) para que nuestros malhechores vayan a ensuciar, doblar, hacer crujir y deformar en el Infierno literario? Para terminar este soliloquio antes de convertirlo en maratónico, quería agregar que si ocurre el caso insólito de que algún trabajador de la Biblioteca Argentina de Rosario o de la Biblioteca de la Facultad de Psicología (UNR), de las cuales soy visitante frecuente, llega a ver esta publicación, sabrán entender que soy completamente capaz de calmar mi entusiasmo de completar los bordes con frases inútiles o subrayar el material que consulto en estos espacios y que efectivamente lo hago... igual, por las dudas, si algún lector del blog anda por esos lugares no comenten nada, ¿sí?

martes, 8 de abril de 2014

La Serpiente Cósmica


Humildad... saber que existe una realidad poderosa. Incluso más allá de nuestro deseo de aprehensión ordinario. Que sólo somos humanos. Que como decía o escribía Bourdieu, "tenemos que objetivar la relación objetivante". ¿Perder algo? ¿No precisar de muchas cosas? Saberse ignorante. Y aún así concentrar todo el intento y la ilusión por invertirlo.

miércoles, 23 de enero de 2013

El Hombre y sus Símbolos

     Hola. Sólo vine a decir que me encanta este libro, así que en otras palabras, vengo a comunirlo. Y también puedo asegurar que se añadirá a la colección de los libros a releer. Que me ha motivado a querer atender a mis sueños, apoyando sobre la mesita de luz los instrumentos para anotarlos o en su caso intentar representarlos mediante el dibujo cuando despierte, antes de que los escurra el día. Y que será una tanza agradable, que me transportará a más de sus libros, a los cuales intentaré acercarme por mi cuenta aunque eso implique tener que ignorar conscientemente que existe el Instituto Jung en Buenos Aires, pero también signifique fijar una cita con el encantador estrés que supone el esfuerzo de la comprensión, y reservarme cierto dinero para helados comunidos. 

     Suele sucederme que cuando me topo con alguien llamativo a mi parecer en el sentido de que puedo crecer con lo que expresa, pero no incrementando medidas tangibles, sino desarraigándome de los prejuicios que cargo, aunque sea a través de un libro, me abrazo a él. Así que vengo a darle un abrazo de compañero psicológico a Carl Jung, si bien apenas lo conozco y sólo eso me baste para saber que me encuentro a una distancia y tal vez, dificultad no despreciables de su comprensión abarcadora, su relato me dio la impresión junto a las excelentes exposiciones de sus colaboradores de que ninguno de ellos saluda desde una nube, aunque tienen mucho que aportarnos. Se nota que su constancia puesta en el conocimiento ha contribuido a personalizarlos como seres de mente abierta, quienes acortan la brecha pues son capaces de atravesar la distancia que nos impone la forma que adoptamos en la materia. Sigo sin entender por qué nos apartan de sus obras en la facultad de Psicología. Creo que la ideología, además de que nos seduce con la pertenencia a un grupo, nos separa, convirtiendo a quienes disienten en otros y a quienes caemos, en desconocidos, tanto así nos violenta.


     "Lo que llamamos consciencia civilizada se ha ido separando, de forma constante, de sus instintos básicos. Pero estos instintos no han desaparecido. Simplemente han perdido su contacto con nuestra consciencia y, por tanto, se han visto obligados a hacerse valer mediante una forma indirecta. Esta puede ser por medio de síntomas físicos en el caso de las neurosis, o por medio de incidentes de diversas clases, con inexplicables raptos de malhumor; olvidos inesperados o equivocaciones al hablar. Al hombre le gusta creer que es dueño de su alma. Pero como es incapaz de dominar sus humores y emociones, o de darse cuenta de la miríada de formas ocultas con que los factores inconscientes se insinúan en sus disposiciones y decisiones, en realidad, no es su dueño. Estos factores inconscientes deben su existencia a la autonomía de los arquetipos. El hombre moderno se protege, por medio de un sistema de compartimientos, contra la idea de ver dividido su propio dominio. Ciertas zonas de la vida exterior y de su propia conducta se mantienen, como si dijéramos, en cajones separados y jamás se enfrentan mutuamente. Como ejemplo de esa especie de psicología en compartimientos, recuerdo el caso de un alcohólico que llegó a quedar bajo la influencia laudable de cierto movimiento religioso y, que necesitaba beber. Era evidente que Jesús le había curado con un milagro y, por tanto, le mostraron como el testigo de la gracia divina o de la eficacia de la mencionada organización religiosa. Pero unas semanas después de la confesión pública, la novedad comenzó a esfumarse y pareció apropiado algún refresco alcohólico, y de ese modo volvió a beber. Pero esta vez la caritativa organización religiosa llegó a la conclusión de que el caso era “patológico” y, evidentemente, no era adecuado para la intervención de Jesús, así es que le llevaron a una clínica para que el médico lo hiciera mejor que el divino Sanador. Este es un aspecto de la moderna mente “cultural” que merece lo examinemos. Muestra un alarmante grado de disociación y confusión psicológicas. Si, por un momento consideramos a la humanidad como un individuo, vemos que el género humano es como una persona arrastrada por fuerzas inconscientes; y también al género humano le gusta mantener relegados ciertos problemas en cajones separados. Pero esta es la razón de que concedamos tanta consideración a lo que estamos haciendo, porque la humanidad se ve ahora amenazada por peligros autocreados y mortales que se están desarrollando fuera de nuestro dominio. Nuestro mando, por así decirlo, está disociado como un neurótico, con el telón de acero marcando la simbólica línea de división. El hombre occidental, dándose cuenta del agresivo deseo de poder del Este, se ve forzado a tomar medidas extraordinarias de defensa, al mismo tiempo que se jacta de su virtud y sus buenas intenciones. Lo que no consigue ver es que son sus propios vicios, que ha cubierto con buenos modales internacionales, los que el comunista le devuelve, descarada y metódicamente, como un reflejo en el rostro. Lo que Occidente toleró, aunque secretamente y con una ligera sensación de vergüenza (la mentira diplomática, el engaño sistemático, las amenazas veladas), sale ahora a plena luz y en gran cantidad procedente del Este y nos ata con nudos neuróticos. Es el rostro de la sombra de su propio mal, que sonríe con una mueca al hombre occidental desde el otro lado del telón de acero. Es ese estado de cosas el que explica el peculiar sentimiento de desamparo de tantas gentes de sociedades occidentales. Han comenzado a darse cuenta de que las dificultades con las que nos enfrentamos son problemas morales y que los intentos para resolverlos con una política de acumulamiento de armas nucleares o de “competición” económica sirve de poco, porque corta los caminos a unos y otros. Muchos de nosotros comprendemos ahora que los medios morales y mentales serían más eficaces, ya que podrían proporcionarnos una inmunidad psíquica contra la infección siempre creciente. Pero todos esos intentos han demostrado su singular ineficacia, y la seguirán teniendo mientras tratemos de convencer al mundo y a nosotros de que son solamente ellos (es decir, nuestros adversarios) quienes están equivocados. Sería mucho mejor para nosotros hacer intentos serios para reconocer nuestra propia sombra y sus hechos malvados. Si pudiéramos ver nuestra sombra (el lado oscuro de nuestra naturaleza), seríamos inmunes a toda infección moral y mental y a toda insinuación. Tal como están ahora las cosas, estamos expuestos a cualquier infección, porque, en realidad, estamos haciendo, en la práctica, las mismas cosas que ellos. Sólo que nosotros tenemos la desventaja adicional de que ni vemos ni deseamos comprender lo que estamos haciendo bajo la capa de los buenos modales. El mundo comunista, como puede observarse, tiene un gran mito (al que llamamos ilusión, con la vana esperanza de que nuestro juicio superior lo haga desaparecer). Es el sueño arquetípico, consagrado por el tiempo, de una Edad de Oro (o Paraíso), donde todo se provee en abundancia a todo el mundo, y un jefe grande, justo y sabio, gobierna el jardín de infancia de la humanidad. Este poderoso arquetipo, en su forma infantil, se ha apoderado de ellos, pero jamás desaparecerá del mundo con la simple mirada de nuestro superior punto de vista. Incluso lo mantenemos con nuestro propio infantilismo, porque nuestra civilización occidental también está aferrada por esa mitología. Inconscientemente, acariciamos los mismos prejuicios, esperanzas y anhelos. También creemos en el estado feliz, la paz universal, la igualdad de los hombres, en sus eternos derechos humanos, en la justicia, la verdad y (no lo digamos en voz demasiado alta) en el Reino de Dios en la tierra.
     La triste verdad es que la auténtica vida del hombre consiste en un complejo de oposiciones inexorables: día y noche, nacimiento y muerte, felicidad y desgracia, bueno y malo. Ni siquiera estamos seguros de que uno prevalecerá sobre el otro, de que el bien vencerá al mal o la alegría derrotará a la tristeza. La vida es un campo de batalla. Siempre lo fue y siempre lo será, y si no fuera así, la existencia llegaría a su fin".


El Hombre y Sus Símbolos (1964)
Carl Gustav Jung 

lunes, 19 de noviembre de 2012

"¿Para qué trabajáis?"

"ANDREA. — ¡El miedo a la muerte es humano! Las debilidades humanas no le importan a la ciencia.
GALILEI. — No. Mi querido Sarti, también ahora, en mi actual estado, me siento capaz de darle algunas referencias acerca de todo lo que a la ciencia le importa. Esa ciencia a la que usted se ha prometido. (Entra Virginia con una fuente. Galilei, académicamente, las manos juntas sobre el vientre.) En las horas libres de que dispongo, y que son muchas, he recapacitado sobre mi caso. He meditado sobre cómo me juzgará el mundo de la ciencia del que no me considero más como miembro. Hasta un comerciante en lanas, además de comprar barato y vender caro, debe tener la preocupación de que el comercio con lanas no sufra tropiezos. El cultivo de la ciencia me parece que requiere especial valentía en este caso. La ciencia comercia con el saber, con un saber ganado por la duda. Proporcionar saber sobre todo y para todos, eso es lo que pretende, y hacer de cada uno un desconfiado. Ahora bien, la mayoría de la población es mantenida en un vaho nacarado de supersticiones y viejas palabras por sus príncipes, sus hacendados, sus clérigos, que sólo desean esconder sus propias maquinaciones. La miseria de la mayoría es vieja como la montaña y desde el púlpito y la cátedra se manifiesta que esa miseria es indestructible como la montaña. Nuestro nuevo arte de la duda encantó a la gran masa. Nos arrancó el telescopio de las manos y lo enfocó contra sus torturadores. Estos hombres egoístas y brutales, que aprovecharon ávidamente para sí los frutos de la ciencia, notaron al mismo tiempo que la fría mirada de la ciencia se dirigía hacia esa miseria milenaria pero artificial que podía ser terminantemente anulada, si se los anulaba a ellos. Nos cubrieron de amenazas y sobornos, irresistibles para las almas débiles. ¿Pero acaso podíamos negarnos a la masa y seguir siendo científicos al mismo tiempo? Los movimientos de los astros son ahora fáciles de comprender, pero lo que no pueden calcular los pueblos son los movimientos de sus señores. La lucha por la mensurabilidad del cielo se ha ganado por medio de la duda; mientras que las madres romanas, por la fe, pierden todos los días la disputa por la leche. A la ciencia le interesan las dos luchas. Una humanidad tambaleante en ese milenario vaho nacarado, demasiado ignorante para desplegar sus propias fuerzas no será capaz de desplegar las fuerzas de la naturaleza que vosotros descubrís. ¿Para qué trabajáis? Mi opinión es que el único fin de la ciencia debe ser aliviar las fatigas de la existencia humana. Si los hombres de ciencia, atemorizados por los déspotas, se conforman solamente con acumular saber por el saber mismo, se corre el peligro de que la ciencia sea mutilada y que vuestras máquinas sólo signifiquen nuevas calamidades. Así vayáis descubriendo con el tiempo todo lo que hay que descubrir, vuestro progreso sólo será un alejamiento progresivo de la humanidad. El abismo entre vosotros y ella puede llegar a ser tan grande que vuestras exclamaciones de júbilo por un invento cualquiera recibirán como eco un aterrador griterío universal. Yo, como hombre de ciencia tuve una oportunidad excepcional: en mi época la astronomía llegó a los mercados. Bajo esas circunstancias únicas, la firmeza de un hombre hubiera provocado grandes conmociones. Si yo hubiese resistido, los estudiosos de las ciencias naturales habrían podido desarrollar algo así como el juramento de Hipócrates de los médicos, la solemne promesa de utilizar su ciencia sólo en beneficio de la humanidad. En cambio ahora, como están las cosas, lo máximo que se puede esperar es una generación de enanos inventores que puedan ser alquilados para todos los usos. Además estoy convencido, Sarti, que yo nunca estuve en grave peligro. Durante algunos años fui tan fuerte como la autoridad. Y entregué mi saber a los poderosos para que lo utilizaran, para que no lo utilizaran, para que se abusaran de él, es decir, para que le dieran el uso que más sirviera a sus fines. Yo traicioné a mi profesión. Un hombre que hace lo que yo hice no puede ser tolerado en las filas de las ciencias".



Fragmento: Galileo Galilei, Bertolt Brecht.
Fotografía: "chemtrail" en la esquina de Zeballos y Buenos Aires (Rosario).

lunes, 17 de septiembre de 2012

La Invención de Morel


 "Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria; retener vivo todo el cuerpo. Sólo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia".

     Encerrada en un paréntesis, como disminuida o puesta allí para ser recogida por algún curioso se encuentra una de las frases que más se me aprehendió.


     Puede que La invención de Morel haya convertido a Adolfo en un visionario, quien se ha anticipado en el periplo que nos conduce la literatura a lo que a mi parecer se trata de la teoría más fascinante que ha gestado la ciencia en el último tiempo y la cual incluso a una fugitiva declarada de la matemática y la física como me reconozco, le ha provocado atreverse a hacer pie entre unos planteos de una profundidad oceánica que aún redactados en su propio lenguaje al día de hoy le resultan difícilmente descifrables. O quizás, cautivada por una teoría que se atreve a presentar sus postulados como una superación de las concepciones físicas predominantes, el paradigma holográfico se inmiscuye con la misma magnitud en la interpretación de los temas a los cuales tengo alcance. Indaga sobre una realidad primigenia, fuera de nuestro alcance habitual, donde materia y espíritu forman parte de la misma identidad, desde lo no-manifiesto emergiendo hacia lo manifiesto, donde no somos sino solamente integrados en una misma conciencia.

     Se trata de un relato desplegado en torno a la desesperación de quien comienza a vacilar de sus propias creencias que incluso se resguarda bajo el anonimato. La verosimilitud oscila entre las posibilidades de la alucinación, la enfermedad, los sueños y la locura, en síntesis con elementos que no terminan de cobrar sentido como la abrupta irrupción de un grupo de seres cuyo extraño comportamiento se mueve en un eterno retorno nos hacen vacilar sobre la naturaleza del intrincado enigma que habita en la isla solitaria. Cuando descubrimos que tiempo y espacio pueden quebrarse, entonces sabemos que la realidad está trastocada, lo poco de fiable que le quedaba a la percepción cerebral se resigna y la especulación se instala. El deseo de superar la mortalidad alguna vez invocado por cada hombre y mujer se ve condensado en la controvertida figura de un hombre, confundido entre la ciencia y sus ambiciones egoístas en la consecución de una invención que favorezca eternamente a su amor. La aspiración a la felicidad y a la libertad participan en autointerpelaciones que van construyendo la trama, yuxtaponiéndose con la realidad paralela. Pero persiste fundamental la mirada que pone en marcha su funcionamiento, su presencia proyectada, su simulacro de vida. ¿Dónde vive mi esencia, dónde soy más real? Nos constituimos mediante los actos de los sentidos, nos aparecemos para el otro. Al igual que cuando las energías cuánticas existentes como cúmulos de posibilidades en ondas, carentes de forma material definida, al ojo del observador desaparecen dando lugar a la materia. Nos conocemos como uno cuando reconocemos a los otros. Y jugamos a las escondidas con la percepción. Nos hacemos necesarios y a esa distinción la erradicamos, innecesaria.

"Al hombre que, basándose en este informe, invente una máquina capaz de reunir las presencias disgregadas, haré una suplica. Búsquenos a mí a y Faustine, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Será un acto piadoso".

lunes, 10 de septiembre de 2012

Inconvenientes lectores

     Encontrarme a apenas cuatro hojas del final de Plan de Evasión, y descubrir que alguien decidió llevarse del ejemplar prestado de la biblioteca, como recuerdo de su lectura (todavía no quiero creer que alguien pueda satisfacerse en urdir un plan para demorarle el desentrañamiento del misterio de la isla a un próximo lector, o que un atentado contra la biblioteca tenga por qué recaer en un civil), una de sus últimas hojas... ¡una de sus esclarecedoras últimas hojas! Arribar enseguida a la irremediable, al igual que tozuda reacción de enfadarse con alguien, y no saber con quién. Evalúo la primera de las conjeturas esbozadas entre paréntesis (y entre ánimos adversos)... y ahora la creo razonablemente probable.

jueves, 9 de agosto de 2012

A mí también, Mario

[...]

Siempre me aconsejaron que fuera otro
y hasta me sugirieron que tenía
notorias cualidades para serlo,
por eso mi futuro estaba en la otredad

El único problema ha sido siempre
mi tozudez congénita
Neciamente no quería ser otro,
por lo tanto continué siendo el mismo

Otrosí digo / me enseñaron
después que la verdad
era más bien tediosa,
el amor / cursi y combustible,
la decencia / bastarda y obsoleta

Siempre me instaron a que fuera otro
pero mi terquedad es infinita
Creo además que si algún día
me propusiera ser asiduamente otro
se notaría tanto la impostura
que podría morir de falso crup,
o falsa alarma u otras falsías

Es posible asimismo que esos buenos propósitos
sean sólo larvadas formas del desamor,
ya que exigir que otro sea otro
en verdad es negarle su otredad más genuina,
como es la ilusión de sentirse uno mismo

Siempre me aconsejaron que escribiera distinto,
pero he decidido desalentar / humilde
y cautelosamente a mis mentores
En consecuencia seguiré escribiendo
igual a mí [...]
y eso tal vez ocurra porque no sé ser otro
que ese que soy para los otros


Otherness, Mario Benedetti
 ... y no sólo me aconsejaron que escribiera distinto, sino también que viviera distinto,
como si valiera la vida al hundir contra el pecho lo que surge espontáneamente de uno y en cambio, sacar a flote la timidez para evitar que zarpe la humillación, ¿acaso no atenta contra la preciada libertad alguien que se fragua a sí mismo en cada posibilidad dentro de la esfera de las experiencias vivenciadas? Entonces se permite que el resto eleve como condición para convertirse en alguien digno de ser el estar adaptado, como si esto al fin y al cabo no equivaliera a representar la farsa de encarnar aquello que esperan de uno.
Se me ha entremezclado un Juan Salvador.

martes, 7 de agosto de 2012

Bienvenida, Momo

     
     Ojalá todos pudieran conocer a esta niña, y si esta posibilidad resultase tan remota como para esfumarse de la realidad y quedarse a vivir donde los sueños crecen hasta hacerse mayores, que todos al menos podamos alcanzar sus rizos a través del libro, aprendiendo de su peculiar cualidad, una prácticamente ignota siendo que a menudo se la confunde emparentándola con enunciados de juicios y opiniones, la de saber escuchar. Espero que también intuyan que el de la novela es sólo un título, y no repriman fuera los deseos de concretar un abrazo con los encantadores Beppo o Gigi suscitados durante la lectura, o cómo no, los deseos de entablar algún juego con alguno de los niños vecinos... o aún mejor, olvidarse de los caracteres físicos por un rato, y sumirse en una zambullida al interior a buscar a aquél niño que no se perdió del todo, porque seguramente se habrá ido a jugar a las escondidas.
     Presiento que este libro va a convertirse en uno de mis favoritos, de modo que ya comencé a prepararle su refugio en mi mesita de luz. Probablemente su entorno no albergará algún cuadro como el que fue obra del albañil, a causa de mi carencia de aptitudes artísticas (y aquí los lectores de Saint-Exupéry podrán comprenderme), ni (por razones que no precisan explicación) podré construirle un hogar donde circule fuego en materia, pero intentaré transmitirle la calidez de varias emociones.

miércoles, 25 de julio de 2012

Siempre Hesse, y su dulce constancia :)

     "Mi historia me es más importante que a cualquier poeta la suya, pues es la mía propia y es la historia de un hombre -no la de un hombre inventado, posible o inexistente en cualquier forma, sino la de un hombre real, único y vivo-. Hoy se sabe menos que nunca lo que es eso, lo que es un hombre realmente vivo, y se lleva a morir bajo el fuego a millares de hombres, cada uno de los cuales es un ensayo único y precioso de la Naturaleza. Si no fuéramos algo más que individuos aislados, si cada uno de nosotros pudiera ser borrado por completo del Mundo por una bala de fusil, no tendría ya sentido alguno relatar historias. Pero cada uno de los hombres no es tan sólo él mismo; es también el punto único, particularísimo, importante siempre y singular, en el que se cruzan los fenómenos del Mundo, sólo una vez de aquel modo y nunca más. Así, la historia de cada hombre es esencial, eterna y divina, y cada hombre, mientras vive en alguna parte y cumple la voluntad de la Naturaleza, es algo maravilloso y digno de toda atención. En cada uno de los hombres se ha hecho forma el espíritu, en cada uno padece la criatura, en cada uno de ellos es crucificado un redentor. 
    [...] No soy un hombre que sabe. He sido un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave ni armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y ensueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse a sí mismos.
    La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, la tentativa de un camino, la huella de un sendero. Ningún hombre ha sido nunca por completo él mismo; pero todos aspiran a llegar a serlo, oscuramente unos, más claramente otros, cada uno como puede. Todos llevan consigo, hasta el fin viscosidades y cáscaras de huevo de un mundo primordial. Alguno no llegará jamás a ser hombre, y sigue siendo rana, ardilla u hormiga. Otro es hombre de medio cuerpo arriba, y el resto, pez. Pero cada uno es un impulso de la Naturaleza hacia el hombre".

     Herman Hesse, Demian.



Donde los interrogantes proliferan y la incertidumbre se instala,
su presencia me inscribe la respuesta.
Como si se sumergiera por dentro, me revela la liviandad de la gravedad, 
y nos entrelazamos, haciendo valer la ley universal,
mientras vamos descifrando la trampa que suele jugar el lenguaje del pensar.

Hoy se me ocurrió identificar la disposición a la imitación como traición,
pero a la vez establecer
el deseo de llegar a mí a través de Él,
la respuesta que preciso ahora concretada
en la dicha que hallo junto a su dulce constancia.