miércoles, 25 de enero de 2012

La Jetée

La Jetée (El Muelle)
 Chris Marker
1962

“Nada diferencia los recuerdos de los momentos habituales. Sólo más tarde se dan a conocer cuando muestran sus cicatrices. Esa cara que había visto fue la única imagen en tiempo de paz que sobrevivió a la guerra. Se preguntaba si la había visto realmente o se había inventado ese tierno momento para protegerse de la locura que se avecinaba”.


    Una película francesa distópica fue mi compañía en una noche en que la felicidad que había construido parecía disolverse arrebatada por ese conocimiento que pesa y duele, y su carga que se desploma y duele aún más. Ya había terminado Las Dos Torres, a Frodo se lo llevaban los orcos como prisionero, mientras Sam estaba atrapado detrás de un portón atrancado... y el dolor se acrecentaba, instalándose, el dolor por el conocimiento y la angustia por la imposibilidad de hacerle frente a ese conocimiento. Necesitaba una película donde encontrar en la identificación un refugio.
    La Jetée, creada a partir de fotografías en blanco y negro en movimiento y enlazadas a partir de la voz de un narrador, fue mi salvación esa noche cuando sentí 26 minutos de dolor compartido. Esta película me mostró en la fotografía una forma de contar una historia con sensibilidad en un abrazo retratado al tiempo sin distinciones de presente, pasado y futuro, que nos sigue perteneciendo como nosotros mismos.
    Me siento agradecida por poder sentir con una gran intensidad, jamás dejaré de disfrutar esos pequeños momentos que me hacen sentir viva y si me detengo, será para contemplarlos y luego capturarlos, porque si bien es cierto que siempre se puede estar mejor, también podemos empeorar, y no es que sea conformista en este punto de vista pero no siempre podremos preveer o impedir cuando un hecho desgraciado cruce por nuestra calle.




Where are you now?
Can't you see me?
Where are you now?
Can't you hear me?

Falling, trying.
Searching, losing.
Falling, trying.
Searching, losing.

Where is this land?
We've built for us.
Where are these streets?
We've built for us.

When I am laid
in Earth, in Earth,
can't you be there?
Near me, near me.

When I am laid
in Earth, in Earth
Can't you hold me?,
can't you hold me?
Please.

Summer '78 ♫ Yann Tiersen & Claire Pichet
Fotografías de la película editadas por mí

El conocimiento que duele

    Si quieres ser escritor, escribe, aconseja el griego Epicteto. Sí, quiero ser escritora, pero esta vez no quiero escribir, más bien quiero escupir, escupirles a los traidores de la humanidad mocosa e insolentemente, ellos saben quiénes son. Por eso, hoy no me preocupo demasiado por la redacción y dejo de lado la prolijidad, no por ello desdeñando la coherencia. Porque saber que entre 1914 y 1918, y luego de 1935 a 1949 se desarrollaron dos guerras mundiales, conociendo también su devenir en la situación actual es una morbosidad. Sé que una vez escribí en este mismo blog que estaba ávida de conocimientos. Pero de veras hay conocimientos que me hacen pensar tanto que me duele. Hoy el conocimiento se ha convertido en una mochila pesada con la cual debo cargar, desde que considero que el hecho de conocer tendría que desencadenar en quienes conocen una responsabilidad frente a aquello que están conociendo de la cual se derive una motivación no sólo por entender sino por exteriorizar luego esa comprensión interna trasladándola al hacer. Mirar documentales sobre el genocidio que saquea y arrasa extendiéndose en África sin que nos invada una fuerza desconocida, ilimitada por querer levantarse contra los verdaderos miserables del mundo implica complicidad. Al fin y al cabo fue una circunstancia la que me hizo nacer en esta época en Argentina y no, durante la guerra de Taiwán.
    Hoy el teatro en que se ha transformado la política sujeta por la economía mundial no me produce más que reticencia, las razones que me indujeron a molestarme por carecer de tiempo suficiente para poder leer los diarios son las que hoy me hacen aborrecerlos y en cambio poder disfrutar de la (mal denominada) ciencia ficción en lugar de que los medios masivos me inyecten sus dosis de realidad, las cuales me rehúso a que se intercepten en la mía.
    Sabemos que siempre podemos acudir a la historia, materia mediante la cual podemos hacer el ejercicio de la memoria para evitar que ciertos hechos no sucedan con posterioridad. De ser esta su función social, ¿entonces no deberíamos replantearnos qué clase de historia le están enseñando al pueblo? Acaso si a la historia la escriben los vencedores, ¿cómo es posible que no prevalezca una interpretación subjetiva totalizante de los acontecimientos en contraposición a la magnitud de los hechos fácticos? ¿Cómo es posible que se acepte una sola visión? ¿Es que no se dan cuenta que las lecciones de la historia que repetimos alguna vez en la escuela como papagayos no tienen sostén? La historia misma nos permite recurrir una y otra vez a ella para demostrárnoslo, la historia misma nos lo restriega en la cara.
    Si el hecho de que ciertos conocimientos me duelen, me apena la dependencia de muchas personas cuyas vidas se encuentran ligadas de modo tal a la matrix que no podrían vivir fuera del sistema. En palabras de George Orwell “hasta haber adquirido conciencia no se rebelarían y no pueden adquirirla sin rebelarse antes”. Claro que no me aflige por igual que aquellos quienes tienen al sistema exprimiéndoles hasta la última gota por mantener su dominio. Ahora, no es que sea derrotista, porque vivo cada día formando parte del grupo de los locos de la minoría. Además, sé que sola se pueden iniciar cambios pero no, continuarlos para hacerlos crecer, para eso es preciso contar con apoyo, y paralelamente, este sistema ya cuenta con siglos de establecimiento simbiótico y de ventaja.
    Después de todo, ¿cómo no sentir vergüenza propia cuando la guerra es la paz en Estados Unidos, siendo Obama ganador del premio Nobel de la paz mientras es el presidente que hizo posible numerosísimos enfrentamientos bélicos? Claro, pero ahora los criminales somos quienes decidimos adquirir en Internet una visión más amplia de la actualidad que nos ofrecen los medios convencionales. ¿Cómo no sentirme agraviada yo misma en vida, tomando el lugar de Orwell cuando un reality televisivo lleva por título al personaje de uno de sus libros... y aun más, que muchas personas sólo conozcan el programa y jamás hayan oído acerca del libro? Porque ni pensarlo que podría integrar la lectura obligatoria de un programa de estudios escolar. Pero ¡no, ni pensarlo! Él definitivamente él fue un visionario, la ignorancia es la fuerza. Y finalmente, la libertad es la esclavitud si los mismos medios que imparten los dogmas que las personas deben digerir (además de la educación y las religiones) a través de diarios o canales televisivos son aquellos que hoy se encuentran reclamando la libre expresión mientras en contraste, cada día que transcurre podemos comprobar que la única libertad que rige es la de consumo, donde a mayores posibilidades de acumular, entonces mayores posibilidades de permitirse la satisfacción otras libertades fundamentales. Por supuesto, no me refiero a la meta a alcanzar un celular que se jacta de inteligente, aunque carezca de la capacidad de razonar y en nada se asemeja a nosotros, sino a aquellas que permiten el crecimiento, la superación personal y la adquisición de una identidad, entre las cuales podríamos dar una cuenta incontable de ellas, como una alimentación saludable rica en nutrientes en lugar de químicos que el organismo nunca previó para nuestro desarrollo, aire desprovisto de contaminación, salud orientada a la prioridad de la sanidad del organismo en lugar de cuentas de dinero, a la construcción de una vivienda que sintetice el espacio donde queremos impregnar nuestra identidad, cultura para evolucionar mental y espiritualmente.
   ¿Pero hasta qué punto se ven remplazadas y resignadas las horas de disfrute por las horas de trabajo que conducen a la satisfacción de estas metas? ¿Y el cansancio físico y mental del trabajo abusivo que inclina a la superficialidad del divertimento chato? Nos va muy mal en matemática si se cree que puede recuperarse en un período que siempre resulta breve de vacaciones cuando durante el resto de los días se trabaja de día a noche. ¿Acaso la política nos convoca alguna vez a los ciudadanos comunes y corrientes a discutir los temas que realmente le atañen a las poblaciones? ¿Por qué nos vemos coaccionados a aceptar medidas que no hacen más que vulnerarnos y humillarnos? Y luego tienen el descaro de llamarnos a votar cada cuatro años (y en Argentina como en otros países, obligatoriamente), es que en eso sólo se basa la democracia, en la apariencia del voto popular y la ilusión de que existen candidatos dispuestos a representar a las poblaciones. Los valores están completamente invertidos, eso está claro.

“¿Dónde usás los dientes, mi amor?
Clavados en el cuello por hoy
(mientras bailamos tangos fatales)

El tango que ocultamos mejor
(del que preferimos no hablar)
es el que nos tiene anarcotizados.

Vivir sólo cuesta vida.
¡Ahora! ¡Ya mismo! Puedo ajustar un guión de ropa sucia.
Ropa sucia, ¡fuera! ¡Ahora mismo!

Andás dando guerra y temblás,
gastándote en relámpagos
(tu estómago gruñe como enjaulado).

Tu gracia mete miedo mi amor.
Dejo de beber tu licor,
que huele a tormenta de viejo estilo.

Vivir, sólo cuesta vida
¡Ahora! Ya mismo! Puedo ajustar un guión de ropa sucia.
Ropa sucia, ¡fuera! ¡Ahora mismo!”.

Canción: Ropa Sucia, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
Fotografía: película La Jetée



Nota: Los comentarios se encuentran desactivados porque he decidido ahorrarle trabajo a Blogger, autocensurándome yo misma.

viernes, 20 de enero de 2012

P.S. (Posdata)

 
    Nunca aborrecí tanto (que lo recuerde) el verano como hoy. Tanto que lo único que me motivó a hacer la tardecita fue posarme frente a la televisión a ver la primera película que empezase y que me anestesiase un poco del calor, aunque proviniendo del cable la segunda intención tenía pocas posibilidades de ser concretada.
    Recién termino de verla. No es que me haya encantado porque en ocasiones me produjo la impresión que ante la cantidad de aspectos que intentaba abarcar terminó rozándolos, aunque tengo que admitir que me hizo pensar, pensar sobre temas a los cuales no les había dedicado demasiada profundidad antes y que en la película se ven condensados en una sola mujer, como la frustración de un matrimonio que se mantuvo durante tantos años pero se acaba al atravesar una edad madura, la dolorosa superación de la muerte de un novio de la adolescencia y la continuidad de la tan frecuentemente celosa amistad entre mujeres, cuando una de ellas se ve en la situación de romper con su novio porque éste se ha enamorado de su mejor amiga... y después de todo creo que estuvo acertado el final.
    Por otro lado, una particularidad me llamó la atención, un acontecimiento ínsignificante para cualquiera, aunque un pequeño detalle para mí y que quebró la frialdad inicial, que consistió en la escena donde ella le pregunta a él si traía protección, a lo cual sobreviene la inmediata búsqueda del preservativo por parte de él intercalada por la espera de ella. Es un momento incómodo donde se interrumpe la sensualidad lograda y porque tampoco es una actividad a planificar que luego sobreviene, sino que naturalmente sucede con escasa preparación, más aun si se trata de dos personas que recién comienzan a entablar una relación. Ahora bien, lo que resulta extraño en realidad (al menos desde mi punto de vista) es su casi total ausencia en las escenas de sexo que se muestran en las películas, quizás motivada porque no resulta atractivo o estético desde una cinematografía cuya meta apunte a la perfección plástica. Aunque siendo un hecho tan humano como cotidiano y que tal vez también podría considerarse un puntapié para la creación de consciencia en el sexo que evite embarazos indeseados con sus consecuencias, me resultó interesante que hayan incluido la mencionada escena en ésta.

miércoles, 18 de enero de 2012

El pobre


    A él no le preguntan si hoy se sintió bien, cuánto se rió, si abrazó con fuerza o si en su imaginación pudo dibujar un sueño.  
    A él lo suponen en términos económicos, ya que su existencia radica en el punto de vista ajeno.
    
    A su nombre se lo dio el desprecio. 
    No interesa a los diarios su opinión, por él hablan las estadísticas y los expertos,

    que en las universidades o las escuelas de la tradición lo comprende descarnado,
    y cuando la ciudad los reúne en el mismo sitio la mirada ofrecida es la del soslayo.

    Mientras tanto, él rebota de lugar en lugar hasta hallar uno donde al fin no opaque la vista,
    porque cerca habita la miseria ostentosa que se disfraza de lujo. 

    Mientras tanto, él transita cargando su hogar adherido al cuerpo
    y su vida como mayor tesoro.

    Mientras tanto, el resto sigue de largo porque tienen que continuar acumulando
    y él espera, con medidas de las que el tiempo no comprende.

    Cuando posa sus manos entre el aire, ¿qué espera?
    ¿espera por tus monedas, por un trozo de tus alimentos, por un sorbo de tus bebidas?

    ¿Sólo su bolsillo deshilachado... sólo su estómago espera? ¿No sintieron alguna vez acongojarse el corazón buscando migajas de
    afecto que la mirada del egoísmo hizo pasar por robo?
    pero... ¿cuán ciego, cuán pequeño, cuán pobre tiene el corazón quien anda escatimando amor? 

lunes, 16 de enero de 2012

Heima

Sigur Rós
Sé lest



La profundidad de la felicidad
              que trasciende los límites de espacio y tiempo
La intensidad de la felicidad
              que naciendo del interior, refluye al exterior
bañando todo lo que toca de amor


Lo efímero de la felicidad
                         que sabe discernir para mí este pequeño momento
La magnanimidad de la felicidad
                         que no le bastan las palabras para ser explicada

viernes, 13 de enero de 2012

Una mañana diferente, un día especial

    Que esta mañana hubiera despertado junto a Él y el fresco del verano, era un destello de que este día no iba a ser habitual, porque este viernes ya había comenzado diferente. Dado que tenía que hacer algunos trámites, los había delineado mentalmente desde la noche anterior y repasado al tiempo que terminaba el té del desayuno y mis parlantes evaporaban las melodías de Oren Lavie cuya música recién empezaba a conocer. Comenzaría por comprar una tarjeta de colectivo, la de $4.60, pues sólo tenía pensado hacer dos viajes: uno hasta la oficina de papá debido a otros trámites, y el segundo, hacia la óptica donde iría a encargar unos lentes nuevos en reemplazo de los que tenía que prosiguen su existencia rayada. Así que cuando llegué al quiosco de la esquina en busca de la tarjeta, desde afuera un anuncio en hoja de impresora y tipografía bastante llamativa de color negro cambió mi rumbo: no había tarjetas, y con la leve molestia de quien termina por modificar involuntariamente sus planes ya alterados por la pena de quien vio perecer esa misma mañana su anhelada compañía en forma de mp3, y la desesperanza de encontrar otro lugar de venta de tarjetas en las cercanías, decidí que mi medio de transporte serían mis pies y que además, me calmaría a causa del mp3 pues no tendría la capacidad milagrosa de Jesús pero alguna forma tenía que encontrar para resucitarlo de ese berrinche tecnológico.
    Era una mañana atípica de enero: corría una leve brisa que amparaba del sol de verano e inducía a las caminatas bajo un cielo celeste que parecía lavado. Había vestido acorde, con una remera suelta, jean y sandalias. Por eso, en realidad no me disgustó en absoluto que mi búsqueda se frustrara. Pero esa mañana tenía algo aun más especial: su beso, cuyo aire parecía congeniar estupendamente bien con la brisa que ésta lo sellaba a mis labios mientras caminaba a paso lento, impregnándome del tiempo que encantador como extraño la vida me había regalado. Como el marinero que ante una corriente inesperada decide un viraje espontáneo en su timón, partí tomando como dirección la calle Montevideo, la pedregosa calle Montevideo que oscilaba entre luz y oscuridad a esa hora. Había olvidado mi celular, el cual también uso como reloj (tal es la importancia que le doy al tiempo físico cuando no tengo horarios establecidos que cumplir), en el departamento así que desconozco precisamente de qué hora se trataba.
    Por momentos sentí al clima tan agradable con la brisa refrescando mi cuello y mis pies que tuve una reminiscencia al otoño, estación que por sus sensaciones, sus colores y su textura tanto me gusta. Era como si a través de este epílogo que tuvo como prólogo la lluvia del martes el verano me animase a amigarse de nuevo conmigo, luego de haberlo detestado durante varios días de calor sofocante. Mientras algunas mujeres y porteros/as de edificios limpiaban las veredas montevideanas, el canto de los pajaritos revoloteaba los árboles que enmarcan en hilera la calle montevideana, y yo seguía hasta que se posaba en alguno desde donde podía apreciar mejor sus melodías. Cuando caminaba una de las cuadras de mi trayecto, unas gotas de agua salpicaron mis pies al descubierto y pronto descubrí que se habían escapado de la manguera que una mujer utilizaba para limpiar la puerta de entrada de un edificio. Le agradecí esas gotas de agua que me remitieron a momentos de mi infancia cuando durante las épocas de convivencia con el calor infernal, mojarse con la manguera en el patio de la casa de mi abuela en Firmat significaba un placer epicúreo. La mujer me miró desconcertada, como si de mis palabras hubiera surgido un acontecimiento insólito, pero luego me respondió con una sonrisa que me llevé el resto del camino. En un momento fue tal el tránsito que traía Montevideo que preferí desviar mi camino y trasladarlo a la avenida Pellegrini. De todas maneras, qué importaba seguir retorciendo mis planes y caminar una cuadra demás si el día se prestaba de buena gana para los paseantes a pie.
    Fue entonces que toparme con un edificio en construcción involucró arena en mis pies, y nuevamente, la migración a la niñez ahora en la estadía del arenero de la plaza López. ¡Qué feliz se podía ser con un baldecito y una palita juntando arena! Y luego desparramándola con el impulso de las hamacas que se levantaban sobre el mar arenoso, haciéndola volar mientras intentábamos nuestra meta de llegar volando hasta el cielo. Esa felicidad era la que tenía lugar en mi caminata mediante la presencia de pequeños momentos, preciosos momentos que encajaban precisamente para hacerme sentir realizada, aunque fuera por sólo unos instantes. Creo que no cabría explicación posible que narre su intensidad, asumo que son ajenas las explicaciones para la felicidad, siento que sólo cabe sentirla. Y luego, cuando debido a la cercanía de la oficina de papá tuve que retomar mi rumbo montevideano inicial, la volví a sentir en el saludo de los buenos días que me ofreció un amable hombre cuyo oficio lo encontró en los coches que algunos estacionan a la altura de Oroño y Alvear, cambiando el cuidado de los mismos por algunas monedas. Sin dudarlo, también me surgieron las ganas de desearle los buenos días a él, y sorprendida, al igual que la mujer a quien minutos antes le di las gracias por la pequeña llovizna que había caido sobre mis pies, continué el camino ahora a pocas cuadras del lugar donde trabaja papá.
    Me dirigí hasta Santiago. En calle Santiago se agrupa una cierta cantidad de hojas amarronadas que no pudieron esperar al otoño amarradas a las ramas de los fuertes árboles y quisieron bajar a la ciudad. De modo que me dediqué la última parte del camino a compartir su destino haciéndolas crujir. Cuando llegué a la oficina, me estaba esperando papá. Preocupado, porque había estado llamándome al celular y claro, no iba a atender la almohada, donde lo había dejado. Cada una de las personas que saludé dentro del lugar, también estaban muy amables, parecía que alguien más estaba complacido con el día. Después de haber conversado un rato, papá me acompañó hasta la puerta y prometió llamarme para invitarme a comer una pizza el próximo lunes. Hace tanto tiempo que no como pizza que ya la estoy imaginando. Aun me faltaba el segundo rumbo: la óptica, por lo que tenía que llegar hasta Alvear a esperar el colectivo al destino más lejano, el microcentro. No tenía tarjeta, pero sí contaba con algunas monedas con las cuales pagué mi pasaje después de haber sido recibida por el saludo del chofer, que no podía perderse solo en el eco de un motor fatigado y le respondí su cortesía. Me acomodé en la soledad del colectivo y mirando a través de la ventanilla aledaña al asiento, empecé a cantar mentalmente una canción de Sigur Rós, Njósnavélin cuando pensé que pasara lo que pasara, nada iba a poder opacar ese día, había llegado tal punto en que nada sería capaz de alterarlo sino sólo para superarlo. El viaje se hizo bastante apresurado, ya que el tránsito estaba liviano (¿o se habría ido navegando hasta la costa atlántica?). La parada del colectivo me dejaba a dos cuadras de la óptica. Siempre mantuve el recuerdo de esa óptica, porque cuando recién me habían recetado los primeros anteojos para ver de lejos y la rebeldía de mi adolescencia no quería saber nada de ellos, el óptico me presentó un par de lentes tan bien elaborados que logró apaciguar mi renuencia a usarlos, y sólo la cercanía de otra óptica situada sobre la vereda frente a mi casa impidió que a la nueva graduación la encargase allí. Ahora bien, ante mi sospechosa mala suerte con mis segundos lentes provenientes de la óptica cómoda, que terminaron por rayarse, decidí volver a la primera y descubrir satisfecha que todavía sigue abierta y la inflación ni los lentes de contacto pudieron arrebatarle el mismo local donde fui por primera vez en calle Mitre. Así que cuando entré, una amable vendedora me invitó a sentarme, recordándome la delicadeza que le prestan a los visitantes de su negocio, y cuando le pregunté por unos anteojos similares a los que estoy usando por defecto (los mismos que había comprado allí) me ofreció unos azulados y otros, de color marrón que no sabía por cuál decidirme. Finalmente, elegí los marrones y salí, cargando una alegría que se me notaba en la mirada, aun con los lentes que no son de mi aumento. Crucé la calle, en la esquina de San Luis cuando supe que unos vestidos estaban en liquidación en ese local. Durante la mañana del jueves, aprovechando las rebajas de verano, había salido a renovar mi escaso vestuario con la intención de conseguir algún vestido; sin embargo, no había podido encontrar ninguno que me gustara ni que simpatizara con mi presupuesto, por ello me di por vencida, sabiendo que después de todo sólo era un trozo de tela y tenía que aprender a conformarme con el que tenía. Francamente, no tengo inclinaciones hacia el consumismo que no puedan moderarse, pero en ese momento, cierto presentimiento quizás potenciado por el hecho de que ya estaba allí y apenas me podía llevar un par de minutos entrar y disipar la duda. Entonces entré y vi un vestido que hizo que valiera mi entrada, fresco, floreado y a $40 (menos de la mitad del precio que figuraba en los vestidos de otros negocios). Así fue como habiendo suprimido mis prejuicios con respecto a los negocios de ropa de la calle San Luis emprendí el regreso a casa.
    Llegado el mediodía, me encaminaba al departamento pensando en lo excepcional que había sido poder compaginarme en cada uno de esos momentos, con Él, con las personas, con el clima, con el canto de los pajaritos en unos breves pasos. Aun disfruto del regocijo que me causó haberme encontrado con las personas, saber que estaban sintiendo el día del mismo modo que yo, o que al menos podíamos coincidir en esos pequeños gestos, esos pequeños detalles que pueden tornar un día común y corriente en uno diferente, esos pequeños grandes detalles. El año pasado, aprendí que a pesar de que no pueda hacer frente contra las adversidades y negatividad que existe y predomina en el mundo, puedo preocuparme de hacer del espacio que me alberga por unos instantes un lugar más ameno por medio del sencillo saludo de los buenos días, aunque quizás no vuelva a ver a esa persona. Seguía pensando en cómo antes yo misma tendía a evitar el saludo, por ejemplo antes de entrar a un negocio, en las personas que salen cada día dispuestas a llevarse el mundo por delante, esquivando o atropellando a los que se les interpongan en medio del camino, en que me gustaría hacerles detener un momento su inmediatez para transmitirles lo halagada que me sentí luego de respirar ese clima otoñal, de conectarme con las personas en la acción de dar sintiendo a la vez en mi interior el deseo de querer devolver aquello que ese día había traído a mi mañana, como lo describe la protagonista de mi película favorita: “Amèlie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausador rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la empapa de golpe”... cuando al volver por calle Laprida, divisé a un hombre agachado, quien no dejaba de exclamar su llamativo hallazgo ante una casa antigua, a pocos metros de llegar a 3 de Febrero. Esto me hizo volverme sobre mis pasos a contemplar su descubrimiento junto a él. Sucedía que un grupo casi infinito de hormigas trepaba desde la vereda a un rincón donde había una abertura expuesta a la fachada, y aun más allá de ese extremo, otra gran cantidad continuaba su curso bordeando la parte inferior de la ventana situada a la izquierda de la puerta. Indagando acerca de las razones que pudieran explicar la semejante conglomeración de hormigas allí, entabló conmigo una conversación que si no se extendió más fue porque él tenía que volver al trabajo, la cual cuminó, con su rostro y su voz que aun no podían salir de su asombro: “esas, son las coloradas” -repetía- “las que pican, las coloradas”, compartiendo conmigo una observación que me enriqueció el alma porque me colmó de humanidad...



“Soon shes down the stairs,her morning elegance she wears,the sound of water makes her dream,awoken by a cloud of steam.She pours a daydream in a coup,a spoon of sugar sweetens up”.
Fotografía de la película Amèlie.
Fragmento de la canción Her Morning Elegance de Oren Lavie. Tuve el placer de conocer su música precisamente esa mañana, y de ir descubriéndola después, a lo largo de la tarde. La elegancia matinal que casualmente me embargó ese día residió en cada una de las experiencias casi oníricas que viví gracias a las circunstancias y personas que conformaron esos momentos.

miércoles, 11 de enero de 2012

π

π
“Pi”
Darren Aronofsky
1998
  
    Tras la conocida obsesión que me causó Donnie Darko, continué con mi búsqueda de “películas raras”, “raras” en el sentido de que sus tramas constan de temas que no son frecuentes de ser tratados por la cinematografía, o que me introduzcan a la visión de diferentes aspectos de la realidad... en fin, películas que me dejen pensando. Entonces, me topé con un interesantísimo film cuyo subtítulo se ha traducido como fe en el caos u orden en el caos. Cuenta con una estética desarrollada en blanco y negro, donde se evocan imágenes bastante poderosas que son potenciadas a base de la impactante banda sonora como a partir de las tomas en primeros planos y movimientos de la cámara. Este acentuado contraste evidencia claramente lo estremecedor, incluso angustiante del film y a su vez capaz de tornarlo poderosamente intrigante a medida que nos centramos en la habitación enclaustrada del matemático interpretado fielmente por Sean Gullette, en su mente como en un juego psicológico muy bien logrado que del mismo modo atormenta al espectador.
    Me fascinó porque roza una de las entrañas de la filosofía que tanto me apasiona, si bien conservo mi escepticismo: si todo cambia, todo se transforma; el ser humano nace, crece y muere en una realidad circular que aparentemente no tiene inicio ni fin y siendo que a todo efecto le precede una causa que lo origina, ¿existe en el fondo una realidad inmutable? Si la realidad no es sólo aquello que recibimos de nuestros sentidos, ¿significa que es posible que una esencia de trasfondo ordenada que se esconda detrás de la apariencia caótica (sujeta a la inestabilidad) perceptible? De existir, ¿ese punto de partida primario implica un orden que puede ser determinable y rastreado? ¿Será posible encontrar una huella mediante la cual quedó manifestada alguna realidad primaria en la naturaleza perceptible? ¿Y será posible acceder a ella por medio de la matemática? Como dijo Galileo Galilei: “el gran libro de la naturaleza está escrito en símbolos matemáticos”.
    De lo mencionado se desprende que me fascinó porque se cierne sobre el conocimiento, particularmente acerca de la intrigante ciencia de la matemática, para la cual me hubiera gustado tener mayor destreza. Pero lo más impactante es que la película auna estos temas al interrogante que se plantea intrínseco sobre cuán más allá podemos ir a partir de los números o de cualquier otro sistema, sin confinarnos al apartamiento de la realidad diaria, y por ende de las relaciones humanas desde que esa persona curiosa y con pretensiones de conocimiento trascendente quizás no forma parte de las personas corrientes a quienes poco les interesa desligarse de la uniformidad en el pensamiento impartida desde el sistema educativo y los medios masivos. O en otras palabras, que la desconfianza que se puede sostener como postura de investigación acerca de la verosimilitud (o tal vez el origen de la existencia) de la realidad que capturan nuestros sentidos cada día, se extienda y nos induzca en este sentido a subestimar a los seres que nacieron y conviven junto a nosotros en esta realidad del mundo, como si los humanos, animales o plantas apenas equivalieran a millares de átomos unidos que nuestro cerebro interpreta en forma de cuerpo individual, como si pudiera ignorarse a las almas que se funden en compañía y sostén mediante la amistad, la pareja y la familia (en menor, mayor o igual medida). Como si en busca de la explicación del origen, perdiéramos nuestro origen mismo. Porque creo que la vida es el mayor de los milagros (si pensamos en la cantidad de procesos que se ponen en juego para que tenga lugar) y a través del reconocimiento de la vida de los demás, estamos impregnando de valor también la nuestra.   
    Por último, en mi opinión, creo que la vida tiene tanto de caos como de orden, y como ya expresé en una publicación pasada, casualmente llamada “Orden en el caos”, ambos estados son necesarios, ya que cuando las situaciones no se tornen tan previsibles a veces dependerá del caos que se manifieste el orden mediante el cual responderemos al cambio que éste surta. En el Antiguo Egipto se sostenía (y yo concuerdo con esta postura) que cada vida proporciona una nueva oportunidad para el aprendizaje. Ahora bien, pienso que la racionalización en extremo puede conducir a una visión que se pretenda única por guardar rigor científico, aunque sea parcial. Si cada vez que afirmarmos algo, también estamos negando otra cosa. Por lo tanto definir es limitar, reconocía ya un escritor inglés de nombre Oscar y apellido Wilde, pues cuando definimos al mismo tiempo ignoramos otras perspectivas, ergo fragmentamos la realidad reduciéndola a definiciones en lugar de mirar el todo por entero.
    Finalizada esta apenas simple interpretación, considero que debido a lo intrincado de la trama y a lo escrito en el primer párrafo se trata de una película de aquellas para ver y volver a ver, una y otra vez.



Angel
Massive Attack